La pandemia como punto de partida
El año 2020 llegó con todos sus desafíos. La pandemia, el confinamiento, la incertidumbre… y sin embargo, en medio de ese caos, encontramos un espacio físico en el corazón de Providencia, en Santiago de Chile. Un espacio que nos enamoró por su luz, su altura, su vista. Aunque no estaba completamente acondicionado, sabíamos que ahí podíamos comenzar. Y lo hicimos.
La habilitación fue desafiante: permisos sanitarios, registro electrónico, equipamiento, reformas… y al mismo tiempo, poner el alma en cada rincón. Pintar, comprar las primeras camillas, planificar cómo queríamos que fluyera la atención. Finalmente, el 2 de mayo del 2020, abrimos nuestras puertas. Comenzamos a atender en plena pandemia, cuidando con mascarilla, alcohol gel y, sobre todo, con un compromiso enorme de hacer las cosas de forma distinta.
El crecimiento inevitable del cuidado
Lo que comenzó como un consultorio pequeño empezó a crecer. En poco tiempo, comprendimos que no bastaba con una sala de atención médica. Las necesidades de quienes llegaban a Divergencia eran múltiples: muchas personas venían buscando contención emocional, espacios para hablar de sus vivencias, consultas ginecológicas respetuosas, orientación en salud mental, acompañamiento en procesos identitarios.
Así, en 2021 nos expandimos a una segunda oficina. Habilitamos un box psicológico, un box médico dedicado y un espacio más amplio para acompañar con la cercanía y el tiempo que cada paciente merecía. Todo el crecimiento lo hicimos con cariño, cuidando que no se perdiera lo que nos hacía diferentes: la escucha, la calidez, la horizontalidad.
También comenzamos a incorporar tecnología que nos permitiera estar más disponibles: fichas electrónicas, agendas colaborativas, y una central telefónica para que siempre hubiese alguien al otro lado. Queríamos que cada persona que llegara supiera que su salud, su tiempo y su identidad eran valiosos para nosotres.